La lluvia caía con fuerza y Nagore decidió esperar bajo la marquesina de un autobús a que aquella tormenta ofreciera una tregua.
Nada le fastidiaba más que llevar prisa y tener que esperar, o mejor dicho, malgastar, su vida y su tiempo bajo la parada de un autobús empapada y cansada. Aquel día la jornada laboral se había extendido como de costumbre, pero lo peor fue que la última hora y media que se pasó soportando la verborrea de un cliente bastante habitual y sobre todo exigente con los plazos de entrega, las condiciones del trabajo y la calidad del servicio, lo que se traducía en cuantas veces me lamerás el trasero recordándome lo maravilloso cliente que soy y el placer que comporta tenerme en vuestra compañía ayudándonos a conseguir y fidelizar más clientes. ¡¡Que asco!! casi sentía náuseas al rememorar la abominable mañana además soportando su perfume barato.
Por una parte agradecía la lluvia pues su frescura camuflaría un poco aquel apestoso aroma que parecía perseguirla el resto del día.
-¡Oh Dios! -gritó Nagore -¡¡¡maldito imbécil!!!- un coche dejó a Nagore convertida en una estatua de agua y barro. Las risas no se hicieron esperar.
-¿De qué os reís babosos? -exclamó incriminando a unos escolares que esperaban junto a ella. Los niños encontraron su reacción todavía más divertida y explotaron a carcajadas.
-¡¿Pero seréis idiotas?!- gritó.
-Eeeeh señora, no insulte ¿vale? -respondió el que parecía el líder del grupo.
-¿Señora? ¿me has llamado señora?- en aquel momento la cara de Nagore parecía un volcán en erupción, a punto estuvo de sacar espuma por la boca cuando iba llegando el autobús y los niños volaron a alcanzarlo.
«Mierda», dijo para sus adentros, «mis zapatos….» En aquel instante olvidó el trágico episodio referente a la edad y toda su preocupación giró en torno a sus Jimmy Choos. Se sentía morir, tanto que se sentó la cabeza sobre sus rodillas y comenzó a llorar.
A su lado una señora de mediana edad la miraba de reojo y con expresión de «está loca».
Cuando recuperó el aliento alzó la mirada y comprobó que la lluvia amainaba un poco «ahora es el momento» pensó, y corrió con paso torpe al otro lado de la calle con la esperanza de encontrar un taxi.
Contra todo pronóstico el tráfico se complicaba tanto como el clima y aquel ansiado taxi no llegaba. Definitivamente ese día amenazaba con acabar peor de lo previsto. Estaba exhausta, su mente era un mar de confusión y lo peor de todo, el cuerpo no le respondía, por un momento se quedó inmóvil, sin saber ni hacia dónde ni por qué caminar. Creía conocer todos los rincones de Nueva York, se había trasladado allí hacia cuatro años cuando a través de una beca de la universidad de Barcelona consiguió un puesto como becaria en prácticas en una de las firmas de Diseño de Moda más importantes de Manhattan. Sin embargo esa tarde Nagore perdió el rumbo y un poco el sentido de la realidad, la ciudad le pareció un monstruo feroz y sin escrúpulos que la devoraría en cualquier momento. Ahí estaba, muerta de frío, quieta, impávida, esperando la hora en que llegara su verdugo.
-¡Taxi! -escuchó de repente. Un halo de esperanza hizo que recuperara sus fuerzas.
«Un taxi, viene un taxi» pensó, y corrió casi deslizándose por el suelo mojado en busca de su salvación. En cuanto consiguió que se parara alguien vociferó:
– ¡Estúpida! sal de en medio, yo lo vi primero- y acto seguido un empujón la hizo aterrizar de bruces contra el duro suelo. El taxi arrancó delante de sus narices y el agua de la acera le roció la cara aunque no lo suficiente como para poder ver la mueca burlona de la mujer que además, desde el cristal trasero del taxi, le hacía gestos obscenos. Un grupo de personas se acercaron a auxiliarla pero Nagore rechazó a todos. «Doy pena» pensó «doy pena Dios mío.» Logró incorporarse como pudo del suelo haciendo ademanes de «no te me acerques», evitando que nadie ni nada la tocara, ya no soportaba a la humanidad, no se soportaba ni a ella misma, sintió terror al pensar que su mirada pudiera cruzarse con la de un espejo y salió de ese escenario lo más pronto que pudo y concentrada en fijar su vista en el pavimento.
-¡Debería verla un médico! -escuchó de lejos, pero Nagore se alejó y se alejó rumbo a ninguna parte y con un solo propósito, desaparecer.
-Ooh, mis Jimmy Choos -se lamentó de nuevo -mis Jimmy Choos.
En sus zapatos Nagore había depositado toda la confianza que poseía en sí misma. Hacía dos años que alguien muy especial, Liam, se los había regalado en el tercer mes de salir juntos. Él sabía que Nagore seria la mujer más feliz del mundo transitándolo con esos zapatos.
Liam era un saxofonista irlandés, se habían conocido en una fiesta estudiantil donde él amenizaba la noche con su grupo. Uno de los mejores amigos de Nagore, que trabajaba para para una discográfica, se lo había presentado esa noche y desde entonces no se separaron. Fue un flechazo de los de película, tan de película que acabó rapidísimo pero para Nagore representó un antes y un después en su vida. Sobre todo por sus Jimmy Choos con los que mucho después conquistó el mundo porque se sentía más poderosa y por qué no decirlo, mucho más alta. Aquel par de excentricidades fueron su carta de presentación en momentos muy decisivos y hasta había llegado a dormir con ellos en numerosas ocasiones.
«Nunca podré entender tu obsesión por unos zapatos cariño» le decía Liam «¿en serio dormirás con ellos?» y ella solo sonreía mientras se colocaba orgullosa su camisón. Era una provocadora nata, Nagore sabía que acostarse con zapatos provocaba el morbo de Liam y la noche casi siempre empezaba maravillosamente bien.
«Quién sabe» pensó ya un poco más recuperada «quizá sea hora de despedirme de vosotros dos”. Se miró los pies y dudó un momento. Levantó la vista y vio enfrente de ella una tiendita de complementos de mujer. Se animó a entrar, después de todo acabaría llegando tarde a casa y un poco de distracción le vendría bien. Se alisó la falda, se acomodó un poco el cabello y se dirigió con paso firme a la tienda. Lo primero que le llamó la atención es que era una tienda de artículos de segunda mano y lo segundo que más le llamó la atención era que la mayoría de artículos eran zapatos.
Por fin entró y la envolvieron un suave olor a incienso y una música que parecía venida del lejano Oriente. Una pequeña y regordeta mujer, que parecía ser la encargada, se acercó a ella:
-Pase querida, y si puedo ayudarle en algo me avisa.
Qué bien se sintió, de repente un poco de amabilidad en medio de aquel caótico episodio. La voz de aquella mujer le pareció incluso familiar, era una sensación real de estar en casa.
-Hermosos zapatos mademoseille -expresó la señora.
-Oh sí, muchas gracias- respondió Nagore sonriente -Son… fueron, un hermoso regalo.
– De un hermoso caballero ¿me equivoco?- comentó sonriente.
Aquella curiosa mujer parecía leer la mente o, más bien, ¡ los pies! .
– No se equivoca en absoluto, así es… De repente Nagore se sorprendió de la tristeza que tiñó su respuesta.
– Eeem… Por allá tengo algunos zapatos de imitación pero no menos bonitos, écheles un vistazo- sugirió la encargada.
– Sí, bueno, no venía con la idea de comprar zapatos pero gracias.
– Uno nunca sabe del todo por qué o más bien para qué hacemos las cosas pero seguro tiene usted una poderosa razón para estar aquí- dijo divertida.
Aquella respuesta la impresionó tanto que sintió el impulso de comprarse todos los zapatos de la tienda. Era cierto, por lo menos llegó allí buscando refugio, de la lluvia y hasta de sí misma.
-Acompáñeme mademoiselle, seguro que encontraremos algo de su agrado- dijo la mujer tomándola suavemente del brazo.
Otra vez la invadió esa sensación de paz y bienestar, de seguridad que tanto necesitaba. Adoró ese lugar, parecía un templo.
Las cortinas del recinto eran de múltiples colores y texturas, la ropa que se exhibía era transgresora, original y de tallas y estilos muy variados. Había piezas decorativas, figuras, cuadros y dibujos, todo tipo de complementos para la mujer y el hogar, amuletos, juguetes, alfombras, era un auténtico bazar, totalmente ecléctico y por supuesto un paraíso del zapato.
-¡Voilà!- dijo la señora- tómese el tiempo que necesite mademoiselle- y desapareció entre una nube de atrapa sueños y peluches colgantes.
Nagore se sentó enfrente de aquella fiesta del calzado, suspiró aliviada, estaba fuera de peligro, había logrado escapar de la vorágine urbana y de la incesante lluvia. Estiró sus pies y contempló con ternura sus Jimmy Choos. Logró sacárselos con la ayuda de sus propios pies y con los dedos jugueteó con ellos.
-Señora- dijo Nagore aproximándose al mostrador- Tenía usted razón, ya hice mi elección.
-Lo celebro querida ¿y qué escogió?- preguntó impaciente.
– Me quedo con esto- dijo Nagore extendiéndole su compra.
La mujer no salía de su asombro –¿Un libro de cocina mademoiselle?
-Sí, me fascina la comida oriental ¡Ah! Y esta almohada, me impresionó el trabajo de hilos de seda.
La mujer sonrió y colocó la venta en una bolsa.
-Este pequeño paraguas es una gentileza- Nagore sonrió agradecida.
Salió de la tienda, las nubes se iban despejando, sus dudas y miedos también, apenas caían las últimas gotas de aquella tremenda borrasca y paró un taxi.
En el interior de aquella tienda la encargada abría los ojos como platos, los Jimmy Choos estaban en el escaparate.
Nagore salió del taxi saltando y chapoteando juguetona sobre los charcos de la acera.
-Entra a casa loca, pillarás un resfriado que verás, a quien se le ocurre ir descalza–gritó una vecina que entraba a su edificio.
Nagore respiró la lluvia. Aprendería la receta para prepararse un té Chai bien caliente y se recostaría sobre aquella deliciosa almohada, por fin descansarían sus pies, por fin descansaría.
© Nuria Caparrós Mallart
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